sábado, 23 de marzo de 2013

Salta. Solo podías pensar en una cosa, en desaparecer. Y no sabías como sentirte, qué pensar en tus últimos segundos de vida. No había nadie en quien pensar, no había nada en qué pensar. No sabías qué sentir,  y por más que rebuscabas en tu interior solo encontrabas vacío, ese vacío que tanto odiabas, con el que tanto tiempo llevabas conviviendo. Ese vacío que, al cabo del tiempo, terminaste necesitando, porque era lo único que te llenaba. "Qué irónico".  Nunca nadie había llegado a entenderlo. Quizá tú no supiste expresarlo. Quizá tú tampoco lo entendías. Así que decidiste acabar con él. Y allí estabas, sentado en la azotea de tu piso, y el mundo a tus pies. El mundo al que no pertenecías y del que ibas a dejar de formar parte. Te quedaste un rato observando como las personas iban y venían, viviendo una vida de la que creían tener el control. Ignoraban que su vida ya estaba echa antes de que nacieran, ignoraban que las decisiones que tomaban ya las tomaron antes por ellos. Pero tú, como de costumbre, desentonaste con el mundo, porque nadie había planeado tu muerte, decidiste salir del esquema que la sociedad te había implantado. Y allí estabas. Tú y tú mismo, como de costumbre. Sin alguien que llegara corriendo y te dijera, "Eh, espera, dame la mano". Solo, con el abismo a tus pies. Y el abismo te engulló, y mientras caías te diste cuenta de que no ibas a morir, que llevabas muerto mucho tiempo. Y una vez más, el vacío fue todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario